El decalogo del caminante epub gratis




















Cegada piel el mundo, historia de azucenas tu mirada. Zumba la piedra en vuelo, astilla la retina. Tonalidades de agua. Y rojos y amarillos. Gaviota prodigiosa el sol, reverbera su chillido en la playa. Conozco tu sonrisa. Te amo con suavidad de pantera caminando en la espesura. Me poso en ti como pluma en la borrasca.

Voraz te acaricio. Fuego que arrasa la pradera soy. Refugio de los astros tus ojos toman de la miel el color. Alegre como el embate de la risa, desnuda como una roca a contraviento tu cintura. Ahora rozo tu piel, pajarillo temblando. La Hechicera Encubierta, entre mariposas y sombreros. Ansiosa de ti mi voz te llama. Esta es la frontera de la luz, estas, mis manos que germinan. A ver, Amada, la que Dios fizo delicada.

Te reto a que deambules por el desastre diario, a que entregues tus carnes a la ira, al bocado que duele cuando no se tiene. Soy tu hombre, tu espera, tu berrinche. Bendiga Dios tus ojos, tu vista, tus pupilas. Mendigo yo tus muslos, tu vientre, tus pezones. Ni siquiera ese color de mar que me embelesa. Me conmueve tu verbo.

La aborrezco, me emperro: la destruyo, porque todo lo que huela a rezos, a ceras y conventos me llega, me llaga, me punza, me encabrita. Te reto a que me sigas, me trepo en tu recuerdo. Husmeo tus plantas, tus piernas, tu cadera. Muerdo tu vientre, lamo tus pezones. Me vengo como una larga daga.

Te reto a que respires la violencia de mi cuerpo y reposes, jadeante, entre mis piernas. Te invoco a que zozobres y que tu vulva se estremezca complacida.

Como piedra calcinada repto por la cresta de la herida, observo el aire que se abre como un escarabajo y palpo el espejismo de la luz creciendo en la garganta. El alba tiembla, superficie erizada de espumas. Trago la saliva del dolor. Del polvo. Tercos timbales tocan torpemente. Erizadas turbulencias queman. Boca intensa la oscuridad.

Aunque camino devastando el polvo, la piedra desgajada. Con mis manos toco la voracidad del encono. Ah, pero el dolor: picotazo artero en la retina, aullido obsceno retumbando. Un sol hostil tremola sobre el muelle mientras una mujer camina por la playa como una estrella. Como vapor picante en la nariz penetrando hasta los huesos de los astros estoy ahora.

Deambulo por los callejones de la herida. Tropiezo y caigo y me levanto. Huyo del estruendo del mundo. A saltos. Hundo mi pico en la arena. Agito mis alas. La vida, pez brillante que escapa.

Ni siquiera una escama queda en las manos. Donde habitaban las caricias yacen malvas, alondras moribundas. La lluvia irrumpe con su manto de cristal amargo. Cierro los ojos. Abro los ojos. Boqueo, pez abandonado en el desierto. Obscuridad total. Mis ojos brillan, despiden fulgores asesinos. Marchita la esperanza, lo que rige es el ahora. De un salto me instalo en esta rama, chillo cuando el peligro retumba, zumba y zigzaguea. Con un estruendo de hojas y crujidos caigo. Los vientres abultados, hijos que se desparraman por la vida con el sello indeleble de nos-otros.

Otros cabalgan en pos de un espejismo. Digo que no tengo Amor, ni una mujer que aguarde ansiosa mi regreso. Digo que soy, pero no soy. Una brizna de luz, gota de sal enardecida. Digo que soy. Digo que soy el arroyo mitigando la sed del caminante y el fuego cobijando la primer pareja que gime y se revuelca en la hojarasca. Y la impotencia desgarra la garganta.

Terquedad de los espejos Ninguna nube amenaza su esplendor. En el patio estridula un grillo, las doncellas bailan. En la mesa los panes semejan blancos corazones diminutos. Mi pecho, una granada; mis manos, flores de durazno. Manzanas y toronjas, uvas y melones se congregan. El agobio mancilla el vientre de mi madre. La acuno en mis brazos, pero yo soy la gubia del azoro tallando un ojo enorme.

Mi hermana mayor: La savia del rencor cayendo de la rama tronchada de su viudez desde la vacuidad, augusto territorio de Dios, mi mujer asoma. Chung King es un paraje nihilista, boca que muerde los pies del caminante. Kuang Si y sus distritos —trece en total— suman treinta y tres prisiones. Pero no le abren.

La lucha se libra en Cao Bang y en Hanoi mientras la lluvia aguarda a que en el cielo la Estrella Dorada brille imperativa. Volcado sobre el Cuaderno Verde el viejo escribe. Arturo Luis. Como unicornio embisten los destellos. Lo que tengo Engarzado a la espiga el alimento resbala por mis ojos torpemente. Del verde y del azul el movimiento Como colegialas llegan entre el rumor de ramas retumbantes. De pronto el verano enmudece.

El calor despliega sus alas. Dile que en cada hombre se repite el polvo y el impulso de arar sobre la piedra. Y cuando hables del Amor —aurora que navega— que en su mirada brote el resplandor de la ternura. Este es el Cordero que hoy quita los pecados del mundo. Ni siquiera la danza lo reanima ni la mirada fiera del metal lo espanta. El turbio laberinto de mi sexo. Todas las cosas cantan y germinan como el sol en el follaje. Y el fulgor se llama Margarita.

Y Margarita crece en brazos de la mujer que llamo. O bien de la esperanza esperanzada, del alba apetecida, del nadir, aguardo de tu ser la llamarada. Un grito vegetal duerme en la piedra. Edades perdidas en el musgo evocan a la estrella fundida en el abismo. La hormiga huye del bisonte como el ciervo de la flecha. La pareja duerme abrazada sobre el pasto.

Astro que atrapa ese lucero la claridad estalla. Esquirlas de esplendor esta pupila. Rojos, amarillos, malvas en el centro de la ciudad. Ciega palpa el aire. Luz: espejo a la deriva. Tremola en la sonrisa adolescente que remonta mis jardines. Amo el olor a trementina, la juncia derramada. Tiemblo cuando la piel transpira en otra piel, cuando la boca se repite en otra boca, cuando los muslos enardecen mi cadera.

Me adentro en ti, me repito en el ritual del mundo. Y soy el Hombre y la Mujer, lengua que hurga en los resquicios, fulgor que se derrama. Contigo voy por los caminos que ahora se me ofrecen. Contigo hago que las zarzas germinen el desierto. Esta semilla reverbera en tu regazo. Con mis manos invento el alborozo: tienes la suavidad del musgo, candidez de sol flotando como lirio.

Aromas los frutos del rubor. Yo vengo de la sal, del oleaje turbio, de la palmera rota por el hacha de la ira. Vengo de la calle soleada, de los techos de teja rota, de la casa derruida por el odio. Esa muchacha escucha la campanada azul de la fortuna: un cuadro de Tamayo arde como una roja estrella, el muro amarillo ciega a la mujer atrapada por el trazo firme de la mano. Soy el personaje en rosa tocado con un sombrero de silencio, mientras un viento rojo simula ser el marco donde mi piel se incendia.

Se desangra la ciudad por la garganta abierta del dolor. Ahora los cipreses se esfuman entre la niebla. Cuajarones de bruma desgarran el paisaje. Paisajes y fulgores. El mar Fuiste hecha El tiraje consta de mil ejemplares. Cerrar sugerencias Buscar Buscar. Saltar el carrusel. Carrusel anterior. Carrusel siguiente. Explora Audiolibros. Explora Revistas. Explora Podcasts Todos los podcasts.

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Croa el escupitajo sobre el polvo, me desgarro sobre la hiel del aire. Como una roca oscura el peso de las venas me aplasta sobre el lodo. El ocio de Dios atisba en mis arterias. Por una vez el aire, el agua, el viento. Por una vez el polvo. En el pecho se agita turbio tu terco tintineo. Puse el rostro en la cumbre, bajo el agua. Quise cultivar ortigas. Me resisto a caer, a dormir envilecido. Me arranco el pelo, la camisa ahora.

En verdad, en terquedad yo digo lo que digo. Si soplo sobre zarzas las enciendo. Si escupo sobre llagas las apago. Amo a los abyectos. Todo vive y permanece. Ni siquiera mi nombre reconozco. Todos comienzan a observarme sin recelo. Y soy el huerto que se orea, el monte, el ciervo, arduo copo derretido.

Mientras llegan los fulgores me repito voluta tras voluta. Mi aprendizaje es terco, inconcebible. Soy el semblante austero, perfil de angustia. Apenas me conozco. He perdido mi patria, mi fortuna. Vengo de irte rumiando, cristal o roca. Muerdo tu piel de alba. Vine a emprender el surco en la piel de la espesura. Pero ven. Como llover espuma sobre lumbre. Pero la ira zumba, brama el rencor. Doblaron badajos como elotes labrando resonancias.

Ay de este recuerdo, aqueste aire tenso como trote de caballo atribulado. Imperativamente tu rostro me lleva por el mundo. Ojo enloquecido por la niebla la nostalgia es un astro, una rueda que gira. Poliedros repetidos palpitando. A meta alcanzada, nueva meta planteada. Los viejos caminantes saben que para llegar lejos deben marchar paso a paso, mirando al suelo para no tropezar, pero elevando la mirada a las estrellas para marcar el rumbo a seguir.

El camino tiene sentido en su conjunto. Eres lo que haces y no como piensas que eres. Tu vida es una novela que escribes con tus actos. Comprende tu realidad de escritor de la propia novela de tu vida, influye en el argumento de tu novela y concede mayor protagonismo a tu personaje.

No caminas solo. Lo que das, recibes. El de tu propia vida. Manuel Pimentel. Copiar enlace. Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir. No pierdas la oportunidad de formarte con profesionales de experiencia. Cursos online. Descubre y aprende todos los secretos del mundo del vino. Disfruta de nuestras lecciones personalizadas, breves y divertidas. Crucigramas para expertos. Crucigramas minis. Crucigramas de Tarkus.

Licenciatura en Comercio y Negocios Internacionales.



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